jueves, 20 de febrero de 2014

ENTRADA 14 (2ª PARTE)

LA MARIMANTA. II.

 El pánico y el espanto, de todos los colores y formas, se adueñaban del vecindario, menos de  Vicentito, nieto de María "la sacristana". Era un mozo con entendederas de niño y  cuerpo de hombre.  Nació por casualidad, cuando nadie lo esperaba, las malas y buenas lenguas del pueblo gastaron ríos de saliva argumentando quien podía ser el padre del zagal. Después de un tiempo las suposiciones de olvidaron y Consuelo, la hija de María y madre de Vicentito, marchó a Cataluña al calor de una hermana. El menor quedó al cuidado de la abuela y, por supuesto, bajo la protección del Sr. Cura. Consuelo no volvió al pueblo hasta que el párroco no fue trasladado y otro sacerdote se hizo cargo de la vicaría. Vicentito era al menos tres o cuatro años mayor que Piedad. No trabajaba, en las cuadrillas de jornaleros no cuajaba, era demasiado niño y ni los peones ni braceros se fiaban de él, así que pasaba el día deambulando de un sitio a otro, lo mismo se le veía sentado a la sombra  fresca del depósito de agua en el Cerro de La Pina, que intentando amañar algunos peros o albarillos en la huerta de Morales o de Palomo, o subido en el remolque de "Escurca"... Anaón  palante... Camino del pueblo.


Últimamente se le veía más contento que de normal. Esperaba con impaciencia que llegara la tarde y después de misa verse, a escondidas, con Piedad. Hablaban de amores desde hacía algún tiempo. Él, como se suele decir, iba en serio, para Piedad, por el contrario, no pasaba de ser un divertimento y Vicente el actor principal de su calculada venganza. A pesar que sólo se veían casi de soslayo durante la misa, alguna tarde que otra, Piedad, conseguía zafarse de la vigilancia de su madre o de su tía, y en las escaleras del coro o en la alacena de la sacristía, aprovechaban, ella, para recordar el disfrute vivido con su enamorado Ramón el Domingo de Pascua, él, para dar rienda suelta a tanto deseo de hombre reprimido en mente de niño. Ambos disfrutaban aquellos breves momentos de pasión. Fue Piedad, quien e una de estas ocasiones, le dio una larga carta en la que de vez en cuando le decía lo mucho que lo deseaba y fantaseaba con poder tocarse sin ropa, estos anhelos escondían lo principal: Le pedía que inventara algo para poder asustar a los vecinos y entonces, aprovechando este miedo, cuando estuvieran todos en sus casas,  podían verse en la Iglesia o en cualquier otro sitio sin temor a la vista de los demás, que en esos momentos estarían  escondidos,“cagados de miedo”.


Vicentito, sabía que si lo pillaban en aquel enredo podía quedar con algún hueso entablillado, a  pesar de ello decidió dar por bueno el riesgo y comenzó a representar la estratagema que Piedad, paso a paso, le iba dictando al oído en sus fugaces encuentros mientras se masajeaban y besaban con desesperación y ardor.


Se hizo de un puchero de barro, lo encontró en un esterquero, frente a Los Hotelitos. Con una clavo y mucha paciencia  lo agujereó repetidamente, lo hizo con mucho cuidado de no quebrar el tiesto tiznado de tantos años de candela, carbón y anafe. Una vez hecho los orificios metió dentro un candil encendido, le puso varias mechas para que diera más luz,  lo subió encima de la cabeza, y las dos cintas que ató a sus asas se las amarró por debajo de la barbilla para que permaneciera asentado en su mollera. Después se puso un alba blanca de las viejas que estaban guardadas en una cómoda de la sacristía, se embozó con una sábana  y se enrolló a la cintura varias cadenas que arrastraban por el suelo al andar. En la mano llevaba un vergajo de juncias trenzadas que restallaba en el aíre como un látigo de cuerda de cuero. De esta guisa irrumpió en el pueblo, se dejó ver en las puertas del antiguo cementerio de la calle de La Cruz, frente a la ermita del mismo nombre, fue bajando la calle hasta  la altura de la panadería de Eustaquio donde un par de vecinas, que se espantaron cual caballería, gritaron y aceleraron los pasos hasta sus casas.


Más abajo, casi en el atrio, tuvo la fortuna de toparse con Hipólito, quien como alma que lleva el diablo corrió por la calle Conejo en dirección a su tienda. Desde aquella primera vez, y al menos una vez por semana, se encontraba con Piedad mientras la gente del pueblo permanecían en sus casas, unos rezando, otros escondiéndose y, otros permanecían vigilante por temor a ser robados.

Piedad se reía y gozaba con su venganza, mientras, el muchacho gozaba de aquella piel tan suave y se imaginaba entre las sábanas de su catre solazándose entre las caricias y arrumacos de Piedad.


..... continuará...

 Este capitulillo quiero dedicarselo a Rafael Estirado,"Escurca".  El, y su familia,  están unidos al recuerdo grato y feliz de mi infancia en las huertas, y a él, en el cielo, y a su familia en la tierra todo mi cariño.