Piedad buscó la badila debajo de la tarima de madera de la
camilla, quitó la lambrera y removió el rescoldo, que al entrarle un poco de
aire se sonrojó como borrajo encendido y nuevo. Piedad, mientras, dijo.
-Sigue tita... Sigue contándome cosa de las titas de
Valencia.
-¡Que chinchorrera eres chiquilla!... ¿Que te importarán a
ti las cosas de las dos solteronas?
-¡Coile!... Ya veo que a ti no te caen mu bien que
digamos...¿no?
-Ni bien ni mal, hija, ni bien ni mal... Yo, cuando tuve
lugar de hacerlo, las puse en su sitio, contrimás ahora que les puede hablar de
igual a igual.
¿Que te hicieron?
No, hacerme no hicieron nada... Pero tenía la lengua afilá
como víbora... Siempre malmetiendo a tu tío contra mí... Siempre haciéndome de
menos... Como si tu tío fuese mi novio por pena. ¡Valla dos ridículas
tirulatas!
Mientras, en el pueblo vecino, las hermanas solteras
continuaban con su que hacer diario, a la vez que zurcían o hacían croché,
alzaban, de cuando en cuando, la mirada por encima de los cristales de sus
gafas para mirar a través de los visillos a la calle. El gato continuaba
entretenido con el ovillo de lana . Concha comentaba a su hermana que aunque el
minino parecía estar jugando, no hacía otra cosa sino prestar atención a su
conversación, y que guardaba las conversaciones y las historias que escuchaba
en la séptima vida de su conciencia.
El viento soplaba con fuerza, era como un soldado en
imaginaria que subiese y bajase la calle.
Ni un alma por las aceras y, mucho menos, en la plaza.
-Tía... ¿Tu crees que son felices?
-¡Que vaaaaa...! Son unas infelices, llevan drento
sangre amargosa... siempre han vivio a rajamanta y sin reguñirles
naide... menuas tragaldabas.
-Estarán entretenías escuchando la novela... Me las imagino
sentadas en sus sillones... ¡Bueno eso si tienen lú!
-No hija no, las novelas de tus tias son las que ellas
inventan suponiéndole a los demás historias quellas les hubiera gustao vivir.
Tu eres mu joven y no las conoces bien... Tan reservás, tan a la defensiva,
siempre temerosas... Claro que.... Tienen tanto que callar que su
comportamiento no pué ser otro que estar siempre hablando de las niaras de los
demás.
Margarita pronunció el nombre de la señora Amparo. Era una
mujer melancólica que nunca pretendió engañar a su esposo, él le llevaba
veinte años, y a pesar de ello, a menudo se le veía entrando y saliendo
de su taller de sastre con jóvenes a los que tomaba medidas.
-Pobre Amparo, pobrecita, murió tan mal, suspiró Concha.
-¿Qué locura es esa de decir que ha muerto? Ella vive. Es
una mujer descocada. Se cuenta que está enamorada de un poeta. Y claro, el
poeta le escribe cartas raras que hacen que se sienta hermosa.
-Quien confía en la palabra de un poetastro termina creyendo
que es bella. Yo siempre he tenido miedo de los poetas, meten la bruma en
la sala, en la cocina, en el patio, en el comedor, hasta en el dormitorio, en
todas las habitaciones de la casa. Los poetas tienen sentimientos endemoniados,
se sienten dioses, son gente enferma y diestra en disimular la tos de su alma.
Concha insistió diciendo que Amparo había muerto, incluso
recordó la fecha del velatorio. Esa insistencia provocó la ira de Margarita
quien dejó la bufanda de lana que estaba tejiendo sobre el sillón y se acercó
impulsivamente a la ventana. El viento continuaba su ir y venir al otro lado
del cristal.
-Pues mírala! Está allí, frente a su casa.
-Si tú lo dices…Ya sabes que tengo los ojos muertos y la
memoria sin color.
-Está preparada para no ir a parte alguna. Se ha puesto un
traje enterizo, escotado, de apariencia azul mar. Amparo siempre ha
sido de salir bien vestida, hasta lleva un abanico de sándalo. En casa
suele ponerse una de esas batas gruesas que usamos las mujeres cuando tenemos
catarro y fiebre, y las que saben que sus maridos están en el trabajo, y no
esperan visita.
Amparo apenas pone un pie en la acera sorprende a los
vecinos, la luz envolvente del sol estalla en su blanca espalda y el viento
levanta su enagua, como queriendo festejar la vida. A su marido, Blas, el
sastre de otros hombres, le gustaba vivir rodeado de perros, eso la
fastidiaba. Se sentía enojada con aquellos animales flacos y sarnosos que
iban corriendo con el alma afuera tras los ladridos de los demás, y a sabiendas
del mandamiento: ¡Chis a callar!... Lo ignoraban tanto como ella.
Moisés, el ovejero, de los ojos atravesados por las nubes,
solía tumbarse sobre el piso quedándose quieto cual figura de porcelana
y levantaba una de sus patas como quien ofrece un saludo.
Blas mimaba a sus canes, a ella le daba los huesos pelados,
es decir, una conversación flaca, pálida, ojerosa, aunque a veces atenta
y considerada en alguna que otra frase. Por ejemplo: ¿Te has dado cuenta,
querida, que el clarinetista se ha calmado y deja dormir a la vecindad
por las noches?
Amparo, harta de conversaciones banales y enfermizas terminó
buscando el amor en la cuerda floja de un funambulista.
-Tita, ¿Que es un funabulista?
-¡Hay Piedad!... Es un almendrulón , un artista de circo, un
achonbao que se dedica a andar y dar saltitos sobre un alambre o sobre una
cuerda floja...
-Es que yo nunca he ido a un circo. ¿Tu crees que si viene
un circo pa San Pedro cabrá en el Solar?... Seguro que no vienen circos al
pueblo porque no caben en el Solar... Las cunitas y las voladoras ocupan mucho
sitio.
-¡Que chiquilla esta! A to le buscas explicación. Cuando sea
San Miguel, dile a tu padre que te lleve a la feria de Zafra, porque allí todos
los años si va el circo, y así ve lo que es un funambulista...
-Hasta el nombre lo tiene raro, fu-na- bu- lis- ta.
-No, no... Es: fu – nan – bu – lis – ta.
-Jajaja... ¿Te imagina si alguna de las titas se hubiese
enamorao de un fu – nan – bu – lis – ta de esos, y que se hubiera dao un
guarrapazo y en vez de ser solterona fuera una viudita alegre?
-¡Chiquilla!...Deja de imaginar tonterias y no seas tan
lenguarona ni tan lambuza... Y ten un cachino de verguenza...Que se te entiende
tó sin mentá a naide.
Piedad, estaba atenta, muy atenta a las palabras de María, y
a la vez, por su imaginación comenzaban a ir y venir imágenes supuestas,
fantasías y conjeturas que le hacían perder el recato... Seguro que los
funambulistas iban vestidos con unas mayas o unos pantalones muy ajustados,
seguro que sus atributos varoniles se les señalaban tanto hasta el punto de
adivinar sus contornos y tamaño... Piedad se imaginaba que era Amparo, se veía
vestida con un conjunto verde de corte clásico. Pensaba, suponiendo que había
ido durante varias noches al circo para reír con los payasos que jugaban a
resbalarse y chocar entre ellos en una nube de niebla de talco. Los artistas
caían y se volvían a levantar provocando carcajadas en aquel público
pueril, en aquellas mujeres de miradas que se prendían igual que la llama
de un viejo carburo, para el público que aguardaba año tras año, la con una
entrada en la mano, el inicio de la función, como quien espera un tren que ha
de dar la vuelta entera al mundo regresando al punto de partida en sesenta
minutos. Aquel circo solo pasaba por el pueblo una vez al año, siempre por la
misma fecha, a mediados de septiembre, cuando se celebra la fiesta del Cristo
de la Viga.
Amparo, y en su imaginación Piedad, se divertían
observando a los enanos disfrazados de gnomos. ¿O eran liliputienses? Pero al
ver al funambulista arriba, allí tan arriba, caminando sobre una cuerda y
sin red alguna debajo, se encogía, se le olvidó respirar y en ese
preciso instante comenzó a amarlo.
Rogaba al cielo que no fuera a estrellarse contra la pista, seguro que si esto sucediera, porque los ángeles no detuvieran su caída, los compañeros lo llevarían rápidamente a un lugar secreto con el propósito de hacer creer al público que formaba parte de un nuevo número de magia, y así evitar un espectáculo inesperado y desagradable al público que paga por una noche de entretenimiento, de magia y de alegría y no de luto y desencanto.
Quién sabe... Tal vez devolverían el dinero de las entradas.
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Bandera de Usagre
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... Continuará.
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