8ª ENTREGA



 El tiempo ha cambiado, menos por la calle Olivo. El aire que antes baja desde El Atrio ahora sube desde la esquina de la Plaza y de la calle Chavero, hoy  Pepe Larrey. Solo ha variado el lugar donde se arremolinan los papeles nómadas que se dejan llevar de una acera a otra y de un rincón a otro. Las vecinas, que curiosamente suelen coincidir, están barriendo la puerta, alguna tienen preparado el cubo de agua para rematar la faena y dejar su trozo de calle limpio o “curioso” como les gusta decir a las más mayores. María, la tía de Piedad, conversa con su cuñada.

-Pa que tu vea, cuando se tuerce la cosa no hay Dios que la enderece, por menos de un pitillo se lía bien liá. Andispués dicen que...
La cuñada la interrumpe y le dice.
Piedad
-Anda, anda... no seas tan pelillera. Las cosas cuando tie que pasar pasan y ya está... anda, que tié la modorra peo que la Tia Perala...  Estás peó que antié.
-Lo que tu digas, pa tí la perragorda, pero esas no se han arremangao en la vida... Y mira que son viejas, lo más que han sufrío es porque hayan tenio el  zancajo sollaíto de domá las arpargatas nuevas que ca primavera se agenciaban en el comercio de la Juanita del queso.

Se referían a sus cuñadas, las hermanas mayores de sus maridos... Las solteras que vivían en Valencia de las Torres. Al parecer habían tenido una disputa con sus hermanos, los maridos de María y Josefa, a cuenta de una senara que tenían a medias cerca de los Matorrales.

A Josefa aquella controversia le era indiferente, pero a María se le iba la vida en defensa de dos rales, quizás, porque ella en su niñez y juventud había pasado más penuria que Josefa.

-!Corcholes!...!Pos no que el poco aire que hace me está arriciendo!

De esta manera Josefa dio por terminada la conversación y acto seguido, tras un largo balanceo en el aire del cubo lleno de agua, se inclinó volcándolo  para que el agua saliese lanzada con fuerza sobre el suelo y arrastrase el poco polvo que queda en él después de ser barrido... El agua corrió con fuerza por el borde del acerado.
María continuaba mascullando en voz baja, consciente que su cuñada no quería escuchar su opinión ni sus insinuaciones sobre las cuñadas.

-¡Piedad!... Ven. Salte a la puerta mientras se seca lo fregao, que  voy a  ca Teodosio  a comprar el bacalao pa el  guiso del Viernes Santo. 
-Pue yo entodavía no lo he comprao... Claro que como a mi mario no le gustan los guisotes lo tengo que poner frito con tomates... !A propósito!... ¿Te quedan botes de conserva de tomates?... Yo este año tendré que hacer más porque ando justa justa.
-Si, creo que sí que tengo..Si necesitas alguno dilo.

-¡Ya voy! Contestó Piedad mientras se atusaba el pelo y ponía la cinturilla de la falda en su lugar... Traía una sonrisa grande y complaciente... Bajaba por la escalera del doblao.

Estando Piedad al cuidado de la casa que estaba recién fregada y tenía ventanas y puertas abiertas para que se secara pronto, apareció, subiendo de la Plaza, por el rincón de Benigno, el hombre joven que hacía un par de meses se atrevió a respirarle en la cara. Al verlo, las brasas que se estaban apagando dentro de su cuerpo se volvieron a encender. Aquel recuerdo a aliento impregnado de anís y la impronta que se desprende del olor a macho, hizo que sintiera en su interior una sensación de abandono y pecado, similar a la que le producía imaginar la silueta y ciertos volúmenes de Armando, el funambulista, cuando desafiando a la suerte y a la muerte se balanceaba, a diez metros del suelo, andando por la cuerda floja. 
Cuando el joven estaba a su altura, tiró la colilla del cigarro que traía entre los labios, y poniendole un pié encima,  aplastándola con la suela del zapato, la refregó por el suelo  .

-¡Mu bonito!... Una jarta de fregar pa que ahora llegues tú presumiendo de hombrecito y me ensucies la calle...
-¡Ni que la calle fuera tuya!. Respondió el joven.
-¡Pues como si lo fuera... Porque soy yo quien la limpiao!
-¡Que carácter!... ¡Así no habrá mocito que se te arrime!
-¡Pos mejor... Porque como tos jiedan como tu...!
-Anda que ya te pillaré yo... Y seguro que no te va a quejar de mi olor...

En este momento, María que limpiaba el zaguan de su casa, y que se estaba percatando de lo que sucedía en la puerta de su cuñada, salió a la calle y en un tono altivo dijo:

-¿Que pasa aquí?...¿Que no pueden estar las mocitas tranquilas ni en la puerta de su casa?... ¡Vamos, vamos...menudo zascandil...!

El muchacho la miró y guardó un respetuoso silencio, apresuró el paso y en un tris desapareció por la esquina de la calle Conejo. 

Piedad, para evitar preguntas incómodas decidió ser ellas la que debía preguntar a su tia lo primero que se le ocurriera.

-¿Y el tito, ya ha venio del campo?
-Sí está ahí morro que morro, arrepintiéndose de no haber sembrao la dichosa senara de los Matorrales, causa de su enfado con las viejas cotorras, que son unas zorras con dos rabos.
-¡Tita!... que son tus cuñadas. 

Sin dejar que Maria dijera nada, Piedad que había visto que su madre regresaba del comercio de Tedosio, quiso nuevamente desviar la conversación diciendo:

-¡Uy... Con lo lejos que está la estación del tren... Pos no que sa ecuchao el ruido del tren y el pitio de la maquina!
- Eso es que va a llover. Dijo María.

... CONTINUARA...

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