9ª ENTREGA

Angel del paso del Sr. Orando en el Huerto.

Piedad esta viviendo la Semana Santa de otra manera a como la había vivido en años anteriores. Ha podido estar en todas las procesiones, incluida la de la Virgen de la Soledad, que es de madrugada. 
La popular procesión de los carcañales,  Jesús orando en el huerto de los olivos, con su túnica azul y su melena larga y lisa al aire; con él, el Ángel ofreciéndole el cáliz del sufrimiento, majestuoso, mostrando su rodilla, sobre una nube gris que parece enredada en sus pies.  El huerto sembrado de gladiolos y romero, detrás de la imagen de Jesús arrodillado y con gesto de estar clamando al cielo, un olivo a tamaño natural. Cuentan que uno de los años de la guerra civil, a Fulgencio el Pajarero, que era muy devoto de esta imagen,  se le ocurrió poner en vez de olivo una rama grande de naranjo con varias naranjas de verdad, esto supuso, a parte de una novedad, un peligro ya que alguno tuvieron que ser frenados para que no se abalanzaran sobre  las parihuelas a coger las naranjas. Aquel años fue la única procesión que se pudo ver por la calle convento. 

Los más fervorosos, son los que, por entonces, acudían a las charlas cuaresmales, había algunas a las que sólo podían asistir hombres.  La tarde noche del Jueves Santo esperaban la salida de Jesús en la Cruz en la puerta de la ermita del Cristo.  En silencio, con un respeto solo roto por las sucesivas aves marías del rosario rezadas por las mujeres que, unas con una vela y otras con un cirio, van alumbrando el camino del Stmo. Cristo de la Piedad anclado en su monte de flor, silencio y sangre. Al llegar a la Plaza los hombres salían de los bares -de los que no estaban cerrados- y más con respeto que devoción seguían con la mirada  como la procesión se detenía y se relevaban los portadores de las andas. 

 La procesión de la Virgen de los Dolores, imagen de la madre de Dios que parece andar sobre un campo sembrado de velas. Vestida de luto y luz, con el pañuelo en la mano para secar las lágrimas que resbalan por su mejilla y que parecen de cristal, es la procesión de las mujeres que recatadas y en silencio la llevan, de madrugada en busca de su hijo.  El viernes, la procesión del Santo Entierro,  severa, seria, elegante. Jesús muerto es llevado a hombros en una urna de cristal adornada con lirios y clavel rojo, es la procesión de los hombres que van vestidos para la ocasión con su mejor traje oscuro.

Virgen de los Dolores de Usagre

Piedad  vio la procesión de los carcañales desde el balcón de la casa de su amiga Carmencita en la calle Convento. Estuvo pendiente para comprobar si las mujeres, que en su día habían encargado la pieza de tela a Agustín Mendoza, habían o no, estrenado traje. Una vez que pasó la procesión, varias amigas y ella se fueron hasta la plaza dando un rodeo por una calle distinta a la de la procesión para así llegar antes y poder verla pasar subidas en el escalón donde los hortelanos vendían sus frutas y hortalizas. Ya en la Plaza se juntaron con otro grupo de jóvenes y alguien propuso ir hasta El Atrio y allí esperar a la procesión. Esta propuesta fue aceptada por todos, y unos más ligeros y otros con menos prisa llegaron al Atrio compartiendo alguna bolsa de pipas, allí se juntaron en la zona más oscura, el la parte más discreta, como queriendo ocultar su identidad a posibles paseantes y así evitar chismorreos y habladurías. En aquel grupo de jóvenes estaba Ramón, el joven que le respiró en la cara a Piedad y que después, cuando esta le insinuó que no tenía buen olor, le dijo que llegaría la ocasión en que ella no percibiría su olor... El grupo se arremolinó  debajo de un árbol, cerca de la puerta lateral de la iglesia, allí charlaban en voz baja. Ramón se acercó a piedad por su  espalda y arrimando su boca al oído le dijo:
-¿Hoy también huelo mal?
Piedad, que estaba deseando que Ramón le dirigiera la palabra, no se giró ni contesto, sólo soltó una silenciosa risa que Ramón pudo, más que oír, intuir. Al momento la mano nerviosa del muchacho estaba en cintura de Piedad, ella continuaba inmóvil cual estatua. El insistió:
-¿No dices nada?... Tu sí hueles muy bien y tienes el pelo suave, muy suave... lo noto en mi cara.
Piedad lentamente hizo un gesto de desaprobación, insinuando que le molestaba la mano en la cintura, Ramón, sin prisas, fue retirando la mano a la vez que sentía como algo en su interior se encendía... Piedad, girándose despacio descubrió en la oscuridad los ojos de Ramón, contuvo el aliento al inclinarse hasta su rostro y cuando estaba a solo unos centímetros de su piel sintió como se le nubló la vista y le dijo:
-Hoy hueles muy bien. A mastranto y zandaula... Hueles a rivera y a huerta.
El muchacho rozó con sus labios la mejilla de Piedad, esta sintió como si Armando, el funambulista, cobrara vida y entrara en el cuerpo de Ramón. Piedad retrocedió un paso y su espalda se apoyó sobre la pared. Ramón, dio un paso adelante y sus piernas chocaron las rodillas de Piedad. Ambos miraban, sin ver nada, al infinito de unos ojos que hasta ese momento les eran ajenos y desconocidos. Ramón se encendió como un cirio, hizo que aquella luz iluminara la ilusión de Piedad, que, parecía esperar a que Ramón soplara sus brasas ya encendidas para convertirlas en ascuas. En ese momento alguien dijo:

-¡Mira ya se ven las velas!
La procesión venía subiendo por la calle El Gijo. Piedad y Ramón dejaron que el aire fresco de la noche guardara el secreto de aquellos deseos contenidos y se separaron. El Grupo de jóvenes se dirigió hasta la escalinata que desde la calle daba acceso al Atrio de la Iglesia, sin duda, antes de subir la imagen, se detendría allí y era la ocasión para ver la imagen del Señor y del Ángel desde lo alto y más cerca.
Unos de los hermanos mayores de Piedad venía trayendo a hombros el paso, al pararse en los escalones vio a Piedad, que estaba asomada a la barandilla del Atrio, y le dijo.

-Espérame en la puerta de la Iglesia, que cuando termine la procesión te acompañaré hasta casa.

Piedad frunció el ceño como prueba de enfado y contrariedad. El hermano no dijo ni media palabra más. Piedad no entendía el porqué su hermano tenía que acompañarla hasta la casa, cuando desde la puerta de la Iglesia no había ni cien metros hasta ella, y era temprano, no eran ni las once y media. Lo que no sabía era que Ramón, en La Campanera, había dicho a un amigo, y lo había escuchado el hermano de Piedad, que esta noche llevaría a Piedad hasta la puerta de su casa y se despediría de ella con un beso, con un largo beso.

Al día siguiente, después de los oficios de la iglesia, Piedad, su madre y su tía Maria, bajaron hasta la Plaza, allí, en la puerta de Manolo el del cine,  saludaron a Teodorita y a   Antonia. Piedad miraba a un lado y a otro, buscaba, sin encontrar, la escusa para escapar del control de su madre y de su tía. En esto, Teodora la invitó a un regaliz...¿o prefieres un chicle Bazoka? Ella, mostrando educación primero se negó a aceptarlo, y después dio las gracias cuando estaba quitando la desenvoltura al chicle con cuidado de no romper la historieta, que en forma de viñeta con tres cuatro diminutos dibujos,  venía dentro.
-Mira Piedad, La Cheli y la Antoñita están allí...
-¿Dónde?... Que no las veo.
-Allí, en la reja de la fuente, están de espaldas...¿Las ves?
- Sí, ahora sí... ¿me voy con ellas?
-Anda vete, nosotras iremos a visitar a la hermana de D. Francisco que anda pachucha.
-Yo estaré por aquí, buscadme cuando os valláis a casa.
Cuando Piedad se dirigía hasta la reja de la fuente, miró calle abajo y por la esquina, subiendo desde el puente, apareció Ramón.
El Santo Entierro

... CONTINUARA...

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